Ciencia, empirismo y movimiento: ¿es la ciencia la única vara de verdad?
Ciencia vs. otras formas de conocimiento
Un punto de partida clave es reconocer que la ciencia no es la única forma válida de conocer el mundo. Filósofos de la ciencia como Paul Feyerabend han argumentado que el conocimiento científico es solo una entre muchas formas de conocimiento y que no posee características intrínsecas que la hagan superior a otros saberes. En palabras de Feyerabend, cada forma de conocimiento (sea científica, tradicional, filosófica, etc.) tiene validez en la medida en que le es útil y funcional al individuo. Si elevamos la ciencia a única árbitro de la verdad, corremos el riesgo de convertirla en una ideología dogmática, una suerte de “religión” de nuestros tiempos. Este cientifismo –la creencia de que solo lo científico es válido– puede nublar otras fuentes de sabiduría y experiencia. En suma, la ciencia es una herramienta poderosa para entender la realidad, pero no deberíamos concederle el monopolio de la verdad. Otras formas de indagación (la experiencia personal, la tradición, la intuición, la filosofía) también aportan perspectivas valiosas sobre qué nos sirve o no en la vida.
El conocimiento empírico precediendo a la evidencia científica
A lo largo de la historia, encontramos numerosos casos donde prácticas empíricas demostraron ser beneficiosas mucho antes de que la ciencia pudiera explicarlas o validarlas. Un ejemplo emblemático es el pranayama en el yoga, las técnicas de respiración milenarias. Durante siglos (incluso milenios) los yoguis afirmaron que controlar la respiración mejora la concentración mental y el bienestar. Esta afirmación tradicional se mantuvo sin “pruebas” occidentales… hasta tiempos recientes. En 2018, investigadores de la Universidad de Trinity College Dublin publicaron un estudio demostrando por primera vez el vínculo neurofisiológico entre la respiración y la atención. El titular no podía ser más elocuente: “Los maestros yoguis tenían razón – los ejercicios de respiración pueden agudizar tu mente”. En dicho trabajo se explica cómo la forma de respirar influye en un neurotransmisor del cerebro (la noradrenalina) que, en niveles adecuados, mejora el enfoque y la plasticidad cerebral. Es decir, la ciencia moderna confirmó tardíamente lo que el conocimiento empírico del yoga sostenía desde hace 2.500 años. Y como este caso hay otros: por ejemplo, muchas prácticas de medicina tradicional (uso de ciertas plantas medicinales, técnicas de meditación, etc.) fueron empleadas con éxito mucho antes de que estudios científicos “oficiales” las investigaran a fondo. La ciencia a veces llega con retraso a la fiesta del conocimiento, validando en el laboratorio lo que ya funcionaba en la práctica cotidiana.
¿Por qué es importante este punto? Porque nos recuerda que la ausencia de validación científica no implica automáticamente la invalidez de una práctica. Si algo nos sirve –nos hace sentir mejor, mejorar nuestra salud o desempeño– no deberíamos descartar esa experiencia simplemente porque “no hay un estudio que lo pruebe” todavía. Como señala Feyerabend, las personas deberían tener la libertad de elegir el tipo de conocimiento o método que les funcione, sin esperar siempre el sello de aprobación científico. Desde luego, esto no significa abrazar cualquier afirmación sin escrutinio; significa más bien mantener una mente abierta y reconocer que la experiencia humana y la sabiduría acumulada (empírica, tradicional) pueden complementar a la ciencia, en lugar de supeditarse ciegamente a ella.
Cuando la ciencia se equivoca
No solo puede la ciencia tardar en avalar ciertos conocimientos empíricos; también puede equivocarse o presentar conclusiones prematuras que el tiempo y nuevas evidencias rectifican. La historia de la ciencia está llena de casos donde algo se daba por cierto “según los estudios”, y luego se matizó o incluso se revirtió esa conclusión a medida que mejoraba el entendimiento. En el ámbito de las ciencias del deporte y el movimiento, existen ejemplos ilustrativos. Un caso muy conocido es el mito de la sentadilla y la posición de la rodilla: durante décadas se afirmó, supuestamente con base científica, que al hacer una sentadilla la rodilla nunca debe pasar la punta del pie (la línea de los dedos). Esta idea se enseñó como dogma en entrenamientos y gimnasios: “Si la rodilla sobrepasa la puntera, vas a lesionarte”. ¿De dónde salió esto? De algunos estudios y recomendaciones de los años 1970-80 que sugerían que desplazar demasiado la rodilla hacia adelante aumentaba las fuerzas de cizalla en la articulación y, por tanto, podía ser perjudicial.Aquellas investigaciones midieron tensiones en la rodilla y, al ver que crecía la carga al flexionar más allá de los dedos del pie, concluyeron que era más “seguro” limitar ese movimiento. Así nació un “mandamiento” técnico que ha perdurado por años.
Sin embargo, investigaciones más recientes han reexaminado este asunto de forma más integral. ¿Qué descubrieron? Que aquel consejo de “rodillas nunca sobre los pies” fue un error de interpretación por falta de contexto. Efectivamente, restringir el desplazamiento natural de la rodilla reduce la carga en la rodilla… pero aumenta otras cargas. Un artículo de revisión de 2023 (Journal of Clinical Medicine) destaca que los estudios antiguos se centraron en la rodilla aisladamente y no tuvieron en cuenta el papel de la cadera y la columna durante la sentadilla. Al prohibir que las rodillas se adelantaran, los levantadores terminaban inclinando más el tronco y sobrecargando la zona lumbar y la cadera, produciendo picos de torque muy altos en esas regiones que pasaron inadvertidos en la literatura tradicional. Además, esa restricción conlleva compensaciones: menor profundidad de sentadilla, alteración en la coordinación natural entre rodilla y cadera, y mayores demandas sobre la musculatura de la espalda. En resumen, “mantener las espinillas verticales” resultó ser una solución a un problema (fuerza en rodilla) que creaba otro problema mayor en la biomecánica global del cuerpo.
La conclusión de la evidencia actual es clara: para la mayoría de personas sanas, no solo es seguro permitir que la rodilla sobrepase la punta del pie en una sentadilla, sino que suele ser necesario para una técnica óptima y para evitar cargas indebidas en otras zonas. Restringir este movimiento natural noes una estrategia efectiva general, excepto quizás en contextos muy específicos como ciertas rehabilitaciones de rodilla. Así, lo que durante años se enseñó como verdad científica incuestionable, hoy se reconoce como un mito desacreditado por la misma ciencia. La ciencia se corrigió a sí misma –que es, en el fondo, uno de sus mayores valores–, pero mientras tanto muchas personas entrenaron bajo una premisa equivocada.
Existen otros ejemplos en el fitness donde “lo que decía la ciencia” cambió con el tiempo: pensemos en las recomendaciones nutricionales (huevo sí/huevo no, grasas saturadas malas vs. no tan malas, etc.), en el estiramiento estático (primero demonizado antes de ejercicio, luego matizado según contexto), o en ciertos ejercicios prohibidos que luego se reivindican. La ciencia avanza, depura errores y refina conocimientos, pero durante ese proceso inicial de prueba y error, si tomamos sus hallazgos provisionales como dogmas inamovibles, podemos caer en prácticas subóptimas. El caso de las sentadillas muestra cuán importante es evitar posturas absolutistas: lo que una investigación sugiere en determinado momento no equivale a una verdad universal tallada en piedra.
La importancia del contexto y la interpretación científica
¿Por qué ocurren casos como el de la sentadilla? En gran medida, porque no siempre entendemos o consideramos el contexto completo de los estudios científicos, quedándonos solo con el titular o la conclusión simplificada. Un estudio aislado tiene limitaciones: muestra un aspecto de la realidad bajo ciertas condiciones específicas. Si extrapolamos sus resultados sin atender a esos matices, podemos sacar conclusiones erróneas o incompletas. En el ejemplo citado, los primeros estudios vieron un aumento de fuerza en la rodilla y concluyeron “rodilla adelantada = malo” sin observar el panorama global del movimiento. Faltó considerar la cadena cinética completa y variables como la antropometría individual (no todos tenemos la misma proporción de fémur/pierna, por ejemplo, y a algunas personas siempre les pasarán las rodillas por delante al agacharse, es su mecánica natural).
Este fenómeno se extiende a muchos ámbitos: un estudio puede decir “X ejercicio activa más el músculo Y”, y de ahí se proclama “¡este es el mejor ejercicio, los demás no sirven!”, sin notar que quizás esa mayor activación conlleva más fatiga o riesgo, o que el estudio duró poco tiempo, etc. Asimismo, a veces la prensa o divulgadores toman conclusiones de artículos científicos fuera de contexto y las convierten en reglas simplistas del tipo “estudio demuestra que... [inserte afirmación absoluta]”. Pero ¿qué población se estudió? ¿bajo qué circunstancias? ¿qué variables se midieron y cuáles no? Todo eso importa. La realidad es compleja, y los estudios normalmente enfocan preguntas muy acotadas. Si ignoramos las limitaciones –tamaño de muestra, duración, condiciones controladas de laboratorio vs. mundo real, posibles sesgos– y no leemos la “letra pequeña” metodológica, podemos malinterpretar lo que la ciencia realmente encontró.
Otro punto crítico es el sesgo de confirmación y la lectura sesgada de la evidencia. En el sector del entrenamiento, es común que alguien cite solo aquellos estudios que avalan su postura e ignore los que la contradicen. Esto convierte la discusión científica en un arma para ganar debates en vez de una herramienta para buscar la verdad. Se pierde la objetividad en favor de “ganar” la discusión con la frase “porque un estudio (o la ciencia) lo dice”. Como advierten expertos en metodología, incluso una investigación publicada con revisión por pares no es infalible: hay que examinar su validez interna, su relevancia externa, si sus estadísticas realmente apoyan la conclusión, etc. La ciencia de calidad exige duda, contexto y análisis crítico, no aceptación ciega.
En resumen, el conocimiento científico necesita interpretarse con criterio. No basta con leer el abstract de un paper o –peor– un titular periodístico sobre ese paper. Hace falta entender el contexto: qué se estudió exactamente, con qué método, qué se puede (y qué no se puede) deducir de esos datos. Solo así evitaremos tomar resultados parciales como verdades universales. Cuando no hacemos este esfuerzo, nacen “verdades a medias” como la de las rodillas en la sentadilla, que sacadas de contexto terminan deformando la realidad.
Impacto en el movimiento y la actividad física: guerras de métodos y desconexión
Todo lo anterior no son meras discusiones teóricas; tienen consecuencias muy reales, particularmente en el campo de la actividad física y el movimiento humano. En las últimas décadas, pareciera que todo es una guerra de métodos y sistemas en el mundo del fitness y el entrenamiento. Cada escuela o gurú proclama tener el método correcto respaldado por la ciencia, invalidando las aproximaciones ajenas. Hemos visto cómo se forman bandos: alta intensidad vs. baja intensidad, entrenamiento funcional vs. culturismo tradicional, yoga vs. pilates, etc., cada uno esgrimiendo estudios o argumentos supuestamente científicos para decir “lo mío es lo válido, lo tuyo no sirve”. Detrás de muchas de estas disputas subyace, lamentablemente, una competición por el mercado del movimiento y en no pocos casos una guerra de egos. Quien ha invertido su identidad profesional en cierto método defiende con uñas y dientes su terreno, y la ciencia a veces se usa más como arma arrojadiza que como puente de entendimiento.
El resultado de esta situación es confusión para el público y los propios profesionales. En vez de transmitir mensajes claros y principios universales (p.ej., moverse regularmente de formas variadas, adaptar el ejercicio a la persona, etc.), el panorama se llena de voces contradictorias. Un día lees que la ciencia dice que solo el entrenamiento interválico funciona, al siguiente que solo las sesiones lentas de cardio importan; un experto afirma que tal ejercicio es pésimo según estudios, otro sale con un estudio nuevo que lo reivindica. Para alguien sin formación científica, este vaivén es mareante. Mucha gente termina pensando “no sé qué creer, mejor no hago nada” o bien sigue ciegamente la tendencia del momento, solo para abandonarla cuando la próxima moda “basada en evidencia” aparece. El impacto de estas guerras de métodos es un público desorientado respecto a qué tiene que hacer para moverse de forma saludable.
Peor aún, nos aleja de algo fundamental: nuestra conexión innata con el movimiento. Como bien señalan algunos autores, con la proliferación de la industria del fitness y la obsesión por protocolos “científicamente comprobados”, se ha torcido nuestra comprensión de lo que significa moverse. Hemos acabado reduciendo el movimiento a ejercicio estructurado, una tarea obligatoria muchas veces con el único fin de “mejorar la estética corporal”.. Nos convencemos de que cumpliendo con la rutina de gimnasio X días a la semana ya estamos “haciendo lo que toca”, casi como un trámite.. La propia industria del fitness, con su mercadotecnia, ha contribuido a difundir una visión muy limitada del movimiento: algo que se realiza en el gimnasio, con aparatos o programas específicos, separado de la vida cotidiana. Irónicamente, en un mundo saturado de información y ciencia del deporte, la mayoría de la gente está cada vez menos en forma y menos conectada con su cuerpo.
Como describe el colectivo Movimiento Summa, hoy el ejercicio físico se percibe como una obligación horaria, “y no como una expresión natural de quienes somos”. Esa frase es potente: el movimiento debería ser una expresión de nuestra naturaleza, parte de nuestra identidad humana, no un castigo ni un medio meramente utilitario. Sin embargo, muchas personas han perdido la motivación y el disfrute de moverse. La actividad física se ha convertido en sinónimo de esfuerzo monótono para lograr un objetivo externo (quemar X calorías, marcar abdominales, etc.), desvinculado del placer intrínseco de usar el cuerpo. Esto refleja una desconexión profunda con nuestra propia corporeidad. Como dice otra línea de Summa, hemos llegado al punto de traicionar a nuestros cuerpos, usándolos solo como vehículo o adornándolos para la foto, en lugar de habitarlos plenamente.
La ironía es que nunca tuvimos tanto conocimiento científico sobre el movimiento humano, y a la vez nunca estuvimos tan confundidos y sedentarios a nivel global. La ciencia del ejercicio nos dice cada vez con más detalle lo que “se supone que debemos hacer”, pero tanta prescripción y debate parece haber eclipsado la simplicidad de moverse porque estamos hechos para ello. En lugar de facilitarnos las cosas, la avalancha de métodos en pugna (cada uno con sus estudios en mano) puede inhibirnos. Mucha gente siente que si no sigue el plan “optimizado” según tal experto, entonces no vale la pena hacer nada – lo cual es trágico. Otros se lanzan de lleno a un método de moda, ignorando las señales de su propio cuerpo, lo que a veces acaba en lesiones o frustración.
En este ambiente, el ego y la competición comercial también distorsionan el mensaje. Entrenadores y compañías compiten por clientes proclamando que su enfoque es el mejor. Se crean casi cultos de fitness donde parece más importante tener razón (y vender un producto) que realmente ayudar al individuo a reconectarse con el movimiento. Esto, como critica un entrenador veterano, conduce a que se complique en exceso algo que debería ser simple, “para alimentar egos monumentales”, cuando en realidad moverse y estar en forma no es ciencia de cohetes.. La consecuencia final de toda esta confusión y dogmatismo es un engaño colectivo: perdemos de vista lo esencial de moverse, aquello que trasciende cualquier estudio o tendencia.
Reflexiones finales
Hemos explorado cómo la ciencia no debería erigirse como único juez de si algo nos sirve o no —ni en el movimiento, ni en la vida.
La ciencia es, sin duda, una de las herramientas más poderosas que hemos creado como humanidad. Nos ha permitido explicar fenómenos complejos, cuestionar creencias erróneas, sistematizar el conocimiento, e incluso mejorar nuestras prácticas. Pero precisamente porque es una herramienta, tiene función, no supremacía. Tiene valor, pero no total autoridad.
Y como toda herramienta, también tiene tiempos, límites y márgenes de error.
Hay veces en que la ciencia llega tarde. Otras en que no alcanza a ver el todo. Y algunas en que simplemente se equivoca. No porque esté mal hecha, sino porque está en constante construcción. El conocimiento científico es una fotografía momentánea de una parte de la realidad, no la realidad completa.
Mientras tanto, hay otras formas de conocimiento que han acompañado al ser humano desde mucho antes de que existiera la ciencia moderna:
– La experiencia directa del cuerpo que practica.
– La sabiduría empírica acumulada por generaciones.
– La intuición que nace de la observación silenciosa.
– La conexión sentida, no medida.
Estas formas de saber no son menos válidas. A menudo, de hecho, se anticipan a la ciencia. Abren caminos que luego serán explicados —o no— por la evidencia. Y no por eso dejan de servir.
El verdadero reto es encontrar un equilibrio lúcido:
Ni caer en un empirismo ingenuo que ignora los sesgos y errores de percepción…
Ni abrazar un cientificismo cerrado que desprecia todo lo que no puede demostrar aún.
En el campo del movimiento humano, esto significa algo concreto:
Usar la ciencia como mapa, pero caminar con nuestros propios pies.
Escuchar lo que los estudios revelan, sí… pero sin dejar de escuchar lo que el cuerpo nos dice.
Porque el cuerpo también investiga. También prueba. También sabe.
Cada estudio aporta datos. Pero ningún estudio sustituye a la persona real que se mueve, con su historia, su contexto, sus necesidades únicas.
Por eso, la evidencia debe integrarse, no imponerse. Adaptarse, no dictar.
Y sobre todo, ser comprendida en su contexto y en su límite, no adorada como verdad absoluta.
Eso exige humildad.
La humildad de entender que lo que hoy creemos saber puede cambiar mañana.
La humildad de aceptar que tener datos no es lo mismo que tener certeza.
Y que lo que no está probado, no necesariamente está errado… puede simplemente estar esperando su tiempo.
Lejos de ser un defecto, esta capacidad de revisión es lo que hace a la ciencia valiosa: su posibilidad de autocorregirse.
Pero para que eso ocurra, necesitamos estar dispuestos a soltar nuestros propios dogmas también.
A sostener la duda como parte del camino. A aprender con el cuerpo, no solo con la mente.
Porque al final, el movimiento humano no es propiedad de ningún método, de ningún estudio, ni de ninguna institución.
Es una expresión viva de quienes somos.
Y cualquier conocimiento —científico, empírico, ancestral o intuitivo— que nos acerque a esa verdad, merece ser escuchado.
Disfruta de tu práctica y sonríe.
Muchas gracias,
Bibliografía
Paul K. Feyerabend. (2009). Contra el método. Editorial Ariel.
Obra clave para entender la crítica al cientificismo y la defensa del pluralismo epistemológico.
Thomas S. Kuhn. (1970). La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica.
Introduce el concepto de “paradigmas” y cómo la ciencia no avanza linealmente, sino en saltos y rupturas.
Trinity College Dublin (Melnychuk et al.). (2018). Breathing influences attention through modulation of noradrenaline. Psychophysiology.
Estudio neurocientífico que demuestra cómo la respiración afecta la atención mediante la modulación de la noradrenalina.
Illmeier, R., Herzog, F., et al. (2023). Analysis of Knee Position during Squatting: Myth vs. Biomechanical Evidence. Journal of Clinical Medicine, 12(3), 533.
Revisión crítica sobre la biomecánica de la sentadilla, refutando el mito de que la rodilla no debe sobrepasar la punta del pie.
Brad Schoenfeld. (2010). Squatting kinematics and knee joint stress: myth or reality? Strength and Conditioning Journal, 32(4), 20–22.
Análisis del impacto real de la posición de la rodilla en la sentadilla desde un enfoque práctico y contextualizado.
Movimiento Summa (Colectivo). (2022). Cuaderno de Reflexiones sobre el Movimiento. Publicación interna.
Reflexión crítica sobre la industria del fitness, el ego profesional y la desconexión con el cuerpo como fenómeno contemporáneo.
Daniel E. Lieberman. (2021). Ejercicio: Cómo es que nunca evolucionamos para hacer ejercicio. Editorial Debate.
Argumenta que el cuerpo humano está hecho para moverse de forma espontánea, no mediante imposiciones estructuradas.
Katy Bowman. (2018). Mueve tu ADN: Recuperar la salud con el movimiento natural. Sirio Editorial.
Aborda cómo la salud corporal depende más del movimiento cotidiano y natural que del entrenamiento programado.
Fritjof Capra. (2023). El Tao de la física. Editorial Sirio.
Conecta la visión científica con tradiciones orientales, resaltando la necesidad de integrar diferentes formas de comprensión de la realidad.